Sabrina se acerca a Edgardo, su esposo y
le dice:
─ Querido, me
gustaría ir a cenar con mis amigas. ¿Está bien?
─ Sí amor ─ responde
él ─ está bien, yo necesito una noche tranquila.
─ Bueno, entonces no
me esperes hasta tarde.
─ De acuerdo, que te
diviertas.
Son las diez de la noche y Edgardo está
solo, mirando por la ventana del living, absorto en sus pensamientos. Saca su
celular y hace una llamada.
─ Hola Rosita. ¿Como
andás?
─ No puedo confundir
tu voz. Yo bien. ¿Y vos amor?
─ Pensando en vos, qué
más.
─ Me alegro porque yo
te extraño mucho.
─ Qué suerte que
tengo.
─ ¿Cómo es que me
llamaste? ¿Tu esposa salió con las amigas?
─ ¿Cómo adivinaste?
─ Intuición de mujer
soltera… y con mucha experiencia.
─ Sí, estoy solo y me
dieron ganas de aprovechar la noche… con vos.
─ Sos un consentido,
sabes que nunca te voy a decir que no.
─ ¿Qué te parecen unos
tangazos?
─ ¿Vos decís hoy, ahora?
─ Sí en la Ideal, yo
puedo estar ahí en media hora. ¿Qué decís?
─ Sí amor, me gusta
mucho la idea, unos ochos me vendrían rebién.
─ Vamos entonces.
─ Te veo en la
milonga, feo.
─ Te espero en el bar,
linda.
Edgardo entra en la Ideal y va directo a
tomarse un trago. Cuando ve entrar a Rosita, le hace una seña. Al llegar, se dan
un abrazo. Encuentran una mesa bien ubicada. Suenan los compases de “Nada”, la
voz de María Graña sumerge al salón en melancolía. Ambos se miran sonriendo y no
esperan nada. Sin decir una palabra, se calzan los zapatos tangueros y se
apresuran a la pista. Bailan muy apretados, como sólo lo hacen quienes se conocen
bien. Los movimientos se coordinan sin esfuerzo, parecen un solo cuerpo que se
desliza a ritmo sensual.
Ahora están bailando el valsecito “Yo
no sé que me han hecho tus ojos” cuando, entre las parejas, en el lado opuesto
de la pista, Edgardo descubre a su esposa bailando con alguien que él no conoce.
Haciendo giros y pasos forzados se acerca a ellos y cuando están a unos pocos
metros, las miradas de los esposos se cruzan. Ella se sobresalta. Después de
una vuelta se miran otra vez. Él le sonríe y ella le devuelve la sonrisa.
Edgardo le hace un gesto con los ojos y ella asiente con su cabeza. Al
finalizar la tanda ambos esposos inventan excusas y dejan a sus parejas.
Se encuentran en el bar, Sabrina lo
toma por la cintura y lo arrima a su cuerpo. El le acaricia el pelo y besa su
frente. No se dicen nada, empiezan a caminar con las manos entrelazadas, moviéndose
paso a paso al ritmo de Horacio Salgán “A Fuego Lento”. El tango los acompaña mientras
pasan detrás de los cristales de la confitería rumbo a la puerta de salida.
Después de esperar un
rato el compañero de Sabrina la busca por todo el salón, sin éxito. Está
perplejo. En una mesa cercana ve a unos ojos tristes y brillantes que observan
a los suyos; son los de Rosita. Él la cabecea y ella acepta con una sonrisa.
Suena “Bandoneón Arrabalero”, ella se levanta justo cuando él llega y de
inmediato el varón rodea su cintura y ella apoya la mano en su hombro. Los movimientos
de ambos dibujan pasos con la confianza de los que bailan mucho y saben
disfrutarlo.
Cuento de Enrique van der Tuin Copyright 2013
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